Las cuentas no salen.


Mortimer pulsó el botón rojo del mando a distancia.

Tras unos segundos aparecieron las primeras imágenes. Una mano sostenía un arma y un hombre atado a un poste recibía el disparo con una venda en los ojos.

Mortimer pulsó otro botón en el mando a distancia.

Cientos de personas recogían sacos, con cruces de color rojo dibujadas, de mano de unos soldados con cascos azules.

Mortimer cambió a otro canal, y a otro, y a otro.

Ahora un señor con gafas de pasta negra, camiseta chillona y chaqueta cuadriculada, rosa y violeta, bailaba con una morena de pechos operados y lengua viperina, mientras tiraban tomates o se los comían.

Mortimer no aguantó y le dió al botón.

Unos gráficos de colores, alarmantemente rojos, indicaban que el nivel de calor de un planeta de color azul y verde subía como el valor de la vivienda en mi pueblo.

Mortimer lo dejó un rato. En ese espacio de tiempo se quedó en suspenso, viendo incendios e inundaciones, glaciares, como torres gemelas, desvanecerse, subir el nivel de los mares, miles de hombres ahogados, miles de seres acorralados, con el agua al cuello, con la sangre helada, con los ojos secos.

Mortimer, por equivocación, apretó el botón del volumen, que estaba apagado desde que la encendió, y escuchó:

«…—ente de muerte y destrucción…».

Mortimer lo volvió a bajar rápidamente, sin vacilación. Y cambió al siguiente canal.

Unos rinocerontes negros pastaban tranquilamente, en su naturaleza salvaje, confiadamente. Unos pajarillos se posaban sobre sus lomos para picarles los bichos de los cuales se alimentaban. De repente uno de los rinocerontes cae «cao» al suelo. De un agujero que antes no tenía en la frente sale un reguero de sangre. Ya no se mueve. Los demas rinocerontes huyeron. Al cabo se acerca un indígena poco a poco, por si estuviera vivo. Detrás va, decidido, por el camino abierto por el primero, un segundo hombre; pero éste trae un rifle al hombro. El primero saca su machete y le quita sus armas al rinoceronte muerto. El segundo hace unas fotos.

Mortimer quiere apagar la televisión, pero su dedo no quiere, y le da al botón sin querer; sin querer él, si se quiere.

Un señor con bata blanca y mascarilla verde pincha a una rata blanca de ojos rojos como cerezas. A otra cobaya se la ve como le crece en el lomo pelado una oreja de humano. El de la bata blanca sonríe a la cámara en la siguiente escena.

Mortimer hace fuerza con su dedo índice y pulsa, como al principio, el botón rojo de nuevo. El televisor se queda negro, como su traje. Hace un recuento y las cuentas no le salen. Levanta el dedo corazón y se marcha a acostarse.

3 comentarios en “Las cuentas no salen.”

  1. Joder, buena atmósfera. Me recuerda a algunas noches especialmente sórdidas, sin buenas películas grabadas, bajadas y tostadas sin piedad. Sin buenas conversaciones, o cuerpos tibios al lado. Sin buenos motivos para seguir sonriendo ante el teatro de la vida.Mortimer necesita un Ak-47, como decía un tal Altramuz al que he linkeado hace poco, jjajja. El universo blog quizá sea la redencion de todos aquellos que buscábamos un medio de comunicación exactamente a nuestra medida. También, como dijo creo que Nesk, podía ser que fuera un circo montado sin motivos demasiado claros. En cualquier caso Mortimer (me recuerda a los dibujos de Brieva) estaba en el camino correcto. Taxi Driver es la película que necesitaba Mortimer. La película que deberían poner en todos los colegios (junto con la Naranja Mekanika, claro)Saludos un tanto confusos 😉

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