A Tao.

Cuanto tiempo sin verte, discúlpame, he estado viviendo, aunque tú y yo sabemos que el tiempo no existe, que solo podemos estar en un mismo presente. Podrías decir que ha llovido mucho desde entonces, pero qué es mucho. Yo no podría decirlo. Digamos que ha llovido, y no mentiremos. Y llover no es malo, ni bueno, es llover, y solo lo es cuando está siendo. Luego ya no es, aunque quede el recuerdo.

Todos los recuerdos se recuerdan en el presente. Desde el presente se traen del pasado los recuerdos. El pasado ya no es, el recuerdo no es lo que fue.

Solo hay presente, ahí está la vida. La vida está siendo, constantemente. Es independiente de los pensamientos. Los pensamientos piensan la vida, pero eso no es la vida, solo es un pensamiento.

Cuando piensas la vida, esta ya ha pasado.

La vida se piensa cuando ya ha pasado. Y mientras se piensa la vida pasada dejamos de vivir la vida presente. Y nos la perdemos, e intentamos adivinarla y nos la inventamos. Y vivimos una vida inventada, guiada por pensamientos del pasado que no son lo que está siendo, lo que es en el ahora. Y se choca contra lo que está pasando, que no es más que la vida, no la que pensamos, sino la que está siendo.

En la vida que está siendo no existen los opuestos, los opuestos son cosas de la mente. La vida es una, todo es uno en la vida, en el presente. Todo lo que está siendo, lo está siendo ahora mismo.

El todo está contenido en el presente, y este incluye a la nada. Todo es uno en el aquí y en el ahora. Es sencillo, no puede ser complicado.

La única verdad es el presente, la vida solo puede darse en el presente, eso es cierto para todos en todas partes, siempre.

Del presente emana la verdad y la vida, los pensamientos, al interpretar, modifican y cambian el verdadero ser de las cosas. No pueden ver la verdad porque no pueden dejar de interpretarla.

Menos mal que podemos ver esto, y ser conscientes de que lo estamos viendo, si no, no veas.

Mis grandes momentos son pequeños.

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Solo en los pequeños momentos es posible descubrir la magia de un parpadeo o sentir la corriente de un escalofrío cruzándote la espalda mientras te fundes en un abrazo invencible.

Solo en los pequeños momentos podemos apreciar la rugosa suavidad de una caricia, la humedad latiente de un beso, la verdad que refleja el brillo dorado del sol en sus ojos, y hasta como se sincronizan los latidos para parecer uno solo.

Y yo estuve atento, y me enriquecí con esos pequeños momentos, pedacitos de cielo.

Entre mi niña y la niña de sus ojos quedaron los abrazos que todo lo aúnan, las sonrisas que llegaban de un lado al otro del horizonte, los infinitos besos compartiendo el mismo aire y esa vaporosa sensación de flotar sin moverse del asiento.

Quedaron insinuados esos largos asomos a los abismos de nuestros ojos, esos momentos en que no se decía nada y se entendía todo, esa casual voluntad de decir a la vez la misma cosa y ese darse cuenta de que te das cuenta de que has caído en la cuenta.

Se quedó lo pequeño, porque es lo que se cuela hasta lo profundo de nosotros mismos, bajo esa espesa capa de humanidad con la que tanto nos empeñamos en identificar con los grandes momentos.

Sólo deseo saber.

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—¿Por qué, Juan, por qué? —preguntaba su madre—. ¿Por qué te resulta tan difícil ser como el resto de la Bandada, Juan? ¿Por qué no dejas los vuelos rasantes a los pelícanos y a los albatros? ¿Por qué no comes? ¡Hijo, ya no eres más que hueso y plumas!

—No me importa ser hueso y plumas, mamá. Sólo pretendo saber qué puedo hacer en el aire y qué no. Nada más. Sólo deseo saberlo.

Juan Salvador Gaviota.

Lúcida-mente.

Mórtimer estaba con Claudia, pero algo no iba bien. Cuando le quitó el sujetador vio que sus pechos habían desaparecido y, en su lugar, solo había unos pezones arrugados, como pellejos que colgaban. Mórtimer sabía que Claudia tenía dos tetas grandes, que se había operado, por eso le resultó raro.

De pronto miró a su alrededor y ya no estaban solo los dos, estaban en la calle de su barrio, desnudos y a la vista de todos, intentando follar. Claudia le pedía que se la metiera, pero cuando fue a introducir el pene en su vagina, Claudia se empezó a desinflar como un globo que no está del todo bien atado.

Mórtimer se percató de que la gente que pasaba no les prestaba atención, y de que los edificios de su calle eran los edificios de otras ciudades en las que había estado en otros tiempos. Entonces cayó en la cuenta de que estaba soñando y, en ese mismo instante, sufrió una sacudida, como si todo ese mundo onírico explosionase de golpe dentro de él.

Miró a Claudia y esta seguía desinflándose. La cogió y notó que no pesaba. Tuvo un sentimiento extraño, tal vez por no habérsela podido follar, o por verla allí como un pingajo, pero pronto pasó. Decidió llevarla consigo por el sueño y comenzó a moverse, sin andar, con ella en brazos.

Mientras se movían por las calles del sueño Claudia empezó a desaparecer poco a poco, comenzando por los pies. Mórtimer la observó detenidamente. Su cara, ya transparente, mostraba un gesto agónico, una mueca de dolor, y entonces desapareció por completo.

Mórtimer no sintió dolor ni pena, para él todo estaba bien, solo observaba y continuó moviéndose a través de un laberinto de calles, cada vez mas oscuras.

En un momento dado comenzó a moverse cuesta abajo hasta que llegó a una especie de polígono oscuro y sucio, donde había muchos perros grandes de presa. Mórtimer se fijó en los colmillos de uno de ellos y sintió que debía meterle el brazo en la boca. Sabía que estaba soñando y lo hizo. El perro no mordió y Mórtimer le acarició la cabeza.

Justo en ese instante abrió los ojos y apareció en la cama de su casa. Era consciente de todo lo que había pasado, recordaba todo con diáfana nitidez. Le jodió no haber seguido más tiempo en el sueño, pero estaba contento con lo que había experimentado. Fue raro de cojones, se dijo. Dio media vuelta y se quedó inconscientemente dormido.