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Preparados para la lucha.

esta cita viene que ni pintada ahora, en estos tiempos tan agitados y reveladores, en este tiempo del no tiempo que ya se acerca a su fin, tras lo cual algunos evolucionaran hacia formas superiores y otros sucumbiran en la gran batalla que ya ha comenzado, la batalla por la liberacion, por la unidad, por la paz, por la conciencia; una batalla que solo puede librarse desde el conocimiento de la verdad, verdad que solo el amor mas puro puede ofrecer. despierta.

  —¡Oh, si fuera posible saber! —exclamó Knecht—. ¡Si hubiera una doctrina o algo en que poder creer! Todo se contradice, todo pasa corriendo, en ningún lugar hay certidumbre. Todo puede interpretarse de una manera y también de la manera contraria. Se puede explicar toda la historia del mundo como evolución y progreso, y también considerarla nada más que como ruina e insensatez. ¿No hay una verdad? ¿No hay una doctrina legítima y valedera?
  El maestro nunca había oído hablar con tanta vehemencia. Adelantóse un trecho más, luego dijo:
  —¡La verdad existe, querido! Mas no existe la “doctrina” que anhelas, la doctrina absoluta, perfecta, la única que da la sabiduría. Tampoco debes anhelar una doctrina perfecta, amigo mío, sino la perfección de ti mismo. La divinidad está en ti, no en las ideas o en los libros. La verdad se vive, no se enseña. Prepárate a la lucha, Josef Knecht, a grandes luchas; veo claramente que éstas han comenzado ya.

Hombres espirituales.

[…]. Knecht había llegado a la edad madura y al punto culminante de su existencia. Había podido comprobar que los hombres espirituales suscitan en los demás una cierta repulsión, una aversión o choque; se los aprecia de lejos, ciertamente, y, en caso de necesidad, se recurre a ellos, pero no se los quiere, ni se los tiene por semejantes; antes bien, se los evita.
Había aprendido también que los enfermos y los desgraciados aceptaban mejor una fórmula mágica tradicional o inventada sobre la marcha que un consejo razonable, que el hombre se sometía más gustoso a las molestias de la penitencia exterior que a todo cambio interno, que el hombre cree con más facilidad en el milagro que en la razón, en las fórmulas que en la experiencia; cosa ésta que probablemente no ha cambiado tanto en los dos últimos milenios, como muchos libros de Historia aseguran.
Pero también había aprendido que un hombre espiritual no puede perder la confianza, que debe enfrentarse con orgullo a los deseos y necesidades de los hombres, pero sin dejarse dominar por ellos, que sólo hay un paso desde el sabio al embaucador, desde el sacerdote al charlatán, desde el hermano que nos ayuda al parásito aprovechado, y que la gente prefiere pagar el consejo se un bergante o dejarse explotar por un charlatán que recibir ayuda desinteresada y gratuíta de un hombre de conciencia. No les agrada pagar con amor y confianza, sino que prefieren hacerlo con dinero o en especie. Engañan a cualquiera porque esperan ser engañados. Había que aprender a considerar al hombre como un ser débil, egoísta y cobarde; era preciso reconocer que uno mismo participa también de todas éstas malas cualidades e instintos, pero también que hay que fortalecer el alma con la fe, pensando que el hombre es además espíritu y amor, que hay algo en él que se resiste a los instintos y anhela su propio ennoblecimiento. Mas éstos pensamientos son demasiado elevados para la mentalidad de Knecht. Digamos que estaba en camino hacia ellos, que caminaba entre ellos y eran su meta y su último fín. […]

El juego de los abalorios.
J. Hesse.