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Sofía.

Ella es para mí, ¿cómo diría?, como la luz del día; cuando estoy bajo de batería mi energía; es mi ocaso, mi amanecer y mi mediodía; ella disuelve la melancolía; su mirada es poesía; por ella cualquiera se prendería; su sonrisa rebosa simpatía.


¡Qué tendrá esta cría que acelera mi fantasía, reduce mi egolatría y me acerca a la filantropía!, ¿será ese germen de zalamería y coquetería que se percibe en su compañía, o es cosa de brujería?

A ver, ¡qué va a decir un padre!, ¿verdad?.

Amante.

Siguiendo el rastro que dejan tus huellas en el polvo del camino por donde has pasado, como un vampiro, llego hasta tu cuarto. Penetro por las sabanas que cubren tu cuerpo caliente como una serpiente, zizagueando. Me enrollo entre tus piernas con los miembros tensos, como poseso, como un loco que se queda sin tabaco, ansioso, desesperado.
Siguiendo el rastro de olor almizclado que mana de tu seno arribo mi pecho junto al tuyo y mi mano viaja furtiva hacia abajo, hacia el monte pelado, hacia el delta inundado, donde bucean los dedos buscando el ocaso.
Siguiendo el rastro intermitente del brillo de tus pupilas, como a la luz de un faro, dirijo mi barco cargado hasta tu puerto abierto, hasta que aprietas los dientes y desorbitas los ojos, combulsionando.
Siguiendo el rastro del pelo erizado en mi piel has llevado tu lengua sedienta hacia la fuente que calma mi sed, dejándola seca, haciéndola rebosar, como un volcán, de placer.