Solo en los pequeños momentos es posible descubrir la magia de un parpadeo o sentir la corriente de un escalofrío cruzándote la espalda mientras te fundes en un abrazo invencible.
Solo en los pequeños momentos podemos apreciar la rugosa suavidad de una caricia, la humedad latiente de un beso, la verdad que refleja el brillo dorado del sol en sus ojos, y hasta como se sincronizan los latidos para parecer uno solo.
Y yo estuve atento, y me enriquecí con esos pequeños momentos, pedacitos de cielo.
Entre mi niña y la niña de sus ojos quedaron los abrazos que todo lo aúnan, las sonrisas que llegaban de un lado al otro del horizonte, los infinitos besos compartiendo el mismo aire y esa vaporosa sensación de flotar sin moverse del asiento.
Quedaron insinuados esos largos asomos a los abismos de nuestros ojos, esos momentos en que no se decía nada y se entendía todo, esa casual voluntad de decir a la vez la misma cosa y ese darse cuenta de que te das cuenta de que has caído en la cuenta.
Se quedó lo pequeño, porque es lo que se cuela hasta lo profundo de nosotros mismos, bajo esa espesa capa de humanidad con la que tanto nos empeñamos en identificar con los grandes momentos.