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Mis grandes momentos son pequeños.

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Solo en los pequeños momentos es posible descubrir la magia de un parpadeo o sentir la corriente de un escalofrío cruzándote la espalda mientras te fundes en un abrazo invencible.

Solo en los pequeños momentos podemos apreciar la rugosa suavidad de una caricia, la humedad latiente de un beso, la verdad que refleja el brillo dorado del sol en sus ojos, y hasta como se sincronizan los latidos para parecer uno solo.

Y yo estuve atento, y me enriquecí con esos pequeños momentos, pedacitos de cielo.

Entre mi niña y la niña de sus ojos quedaron los abrazos que todo lo aúnan, las sonrisas que llegaban de un lado al otro del horizonte, los infinitos besos compartiendo el mismo aire y esa vaporosa sensación de flotar sin moverse del asiento.

Quedaron insinuados esos largos asomos a los abismos de nuestros ojos, esos momentos en que no se decía nada y se entendía todo, esa casual voluntad de decir a la vez la misma cosa y ese darse cuenta de que te das cuenta de que has caído en la cuenta.

Se quedó lo pequeño, porque es lo que se cuela hasta lo profundo de nosotros mismos, bajo esa espesa capa de humanidad con la que tanto nos empeñamos en identificar con los grandes momentos.

Lúcida-mente.

Mórtimer estaba con Claudia, pero algo no iba bien. Cuando le quitó el sujetador vio que sus pechos habían desaparecido y, en su lugar, solo había unos pezones arrugados, como pellejos que colgaban. Mórtimer sabía que Claudia tenía dos tetas grandes, que se había operado, por eso le resultó raro.

De pronto miró a su alrededor y ya no estaban solo los dos, estaban en la calle de su barrio, desnudos y a la vista de todos, intentando follar. Claudia le pedía que se la metiera, pero cuando fue a introducir el pene en su vagina, Claudia se empezó a desinflar como un globo que no está del todo bien atado.

Mórtimer se percató de que la gente que pasaba no les prestaba atención, y de que los edificios de su calle eran los edificios de otras ciudades en las que había estado en otros tiempos. Entonces cayó en la cuenta de que estaba soñando y, en ese mismo instante, sufrió una sacudida, como si todo ese mundo onírico explosionase de golpe dentro de él.

Miró a Claudia y esta seguía desinflándose. La cogió y notó que no pesaba. Tuvo un sentimiento extraño, tal vez por no habérsela podido follar, o por verla allí como un pingajo, pero pronto pasó. Decidió llevarla consigo por el sueño y comenzó a moverse, sin andar, con ella en brazos.

Mientras se movían por las calles del sueño Claudia empezó a desaparecer poco a poco, comenzando por los pies. Mórtimer la observó detenidamente. Su cara, ya transparente, mostraba un gesto agónico, una mueca de dolor, y entonces desapareció por completo.

Mórtimer no sintió dolor ni pena, para él todo estaba bien, solo observaba y continuó moviéndose a través de un laberinto de calles, cada vez mas oscuras.

En un momento dado comenzó a moverse cuesta abajo hasta que llegó a una especie de polígono oscuro y sucio, donde había muchos perros grandes de presa. Mórtimer se fijó en los colmillos de uno de ellos y sintió que debía meterle el brazo en la boca. Sabía que estaba soñando y lo hizo. El perro no mordió y Mórtimer le acarició la cabeza.

Justo en ese instante abrió los ojos y apareció en la cama de su casa. Era consciente de todo lo que había pasado, recordaba todo con diáfana nitidez. Le jodió no haber seguido más tiempo en el sueño, pero estaba contento con lo que había experimentado. Fue raro de cojones, se dijo. Dio media vuelta y se quedó inconscientemente dormido.

Jugando

He aprendido a jugar, sigo sin ser el que era, las reglas siguen siendo las mismas, pero para mí son nuevas.

Ahora el sol sale por donde tiene que salir, las estaciones llegan cuando llegan y yo solo tengo que vivir.

Pasó el tiempo de la cosecha, ahora toca parar y escuchar el rumor de los rios desde las cimas.

Ya no bajo, ya no camino por los senderos que transcurren por los valles. Miro los bosques de lejos, ya no me confunden los árboles.

Solo quiero ser, solo quiero estar aquí, no quiero volver porque, aunque quisiera, no podría. Ya no ando con los pies, ya no pido por la boca, mis ojos ya no miran, solo ven.

Ya no hay ecos que regresen, ya no tienen nada en lo que rebotar, las formas se pierden para encontrar un mar donde naufragar.

Sigo aquí.

Sigo aquí, aun no he muerto, solo he desaparecido un tiempo, menos de un instante para el Universo.

He estado viviendo, aprendiendo y aprehendiendo lo que ha estado viniendo.

Vuelvo para quedarme, quedarme quieto, y contarte lo que tengo y lo que siento por dentro, por si te vale, o para hacerte un traje.

Todo está bien, nada duele, todo forma parte del viaje.

Te veo pronto.

Mientras espero al sol.

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Me gusta esperar al sol

Sentir como su caricia va acrecentando la temperatura de mi tibia piel a medida que se eleva en el cielo dejando atrás el horizonte

Me gusta esperar al sol

Descubrir paulatinamente como el negro telón se retira para dar paso al colorido espectáculo que la vida hoy va a ofrecerte

Me gusta esperar al sol

Esperarlo con la persiana subida y acurrucado en mi cama dejarme inerte mientras sus luminosos brazos me acarician a través de la ventana transparente

Me gusta esperar al sol

Cerrar los ojos y mirarle de frente para sentir que mis pupilas se llenan de luz caliente y mi mente aquietada descansa sumergida a salvo de la cambiante corriente

Me gusta esperar al sol

Otro día hablaremos de la luna.

Eu.