Y es entonces cuando uno aprende la sutil diferencia entre vivir muerto o morir en vida para después renacer, sublime metamorfosis del alma humana, cual ser alado, preparado para elevarse por encima de las cabezas de los mortales.
Y uno aprende que la soledad ha de bastar como compañera, que la seguridad sólo depende ahora de unas frágiles alas para sostenernos.
Y uno empieza a aprender…
Que el amor es para darlo y darse es el regalo más sublime que puede ofrecerse.
Y uno aprende que la morada ideal se construye en el ahora, que es vano el ayer y vacío el mañana; que así los excesos y los defectos se mantienen quietos; que sólo así podemos vivir inmersos en construir la verdadera vida, la nuestra propia, no la de otros, como hasta ahora.
Y al final uno aprende a soportarse a sí mismo, a vivir en paz y en armonía interna, y a regalar esa armonía que brota como infinito manantial de nuestro ser más íntimo y personal, ese que cada día aprehende, ese que aprehende cada día.